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15/3/12

A 61 años de la muerte del Beato: Zatti, siempre presente en el recuerdo


5FUENTE:http://www.informativohoy.com.ar Se cumplen 61 años de la muerte de Don Zatti, aquel fatídico 15 de marzo de 1951 cuando una enorme señal de luto cubrió Viedma y Carmen de Patagones.

  El enfermero salesiano, laico consagrado con los mismos votos de castidad y pobreza que los sacerdotes, dejó una huella imborrable en el imaginario colectivo de aquella aldea grande que era, en la primera mitad del siglo pasado, la capital del Territorio de Río Negro. También, dentro de pocas semanas, será recordado el 10º aniversario de la beatificación de Zatti, en aquella imponente ceremonia encabezada por el papa Juan Pablo II en Roma el 14 de abril del 2002. Pero la figura de Don Zatti, enorme en lo físico e inconmensurable en lo espiritual, está por encima de las categorías que imponen los protocolos de la institución eclesiástica. Zatti, aquel “pariente de todos los pobres” como sabiamente lo llamara su primer biógrafo Raúl Entraigas, es realmente un santo en el corazón de quienes lo conocieron personalmente y su recuerdo se agranda en las evocaciones familiares.
De distintas publicaciones, realizadas por el autor de esta nota, se extraen algunos fragmentos, ilustrativos de la grandeza de aquel entrañable samaritano de guardapolvo anudado a la cintura, montado en su bicicleta por las calles barrosas o polvorientas de los barrios viedmenses.
Juan Carlos Tassara
El recordado maestro viedmense trazó alguna ves estas imágenes sobre Zatti y su forma de ser.
“Su forma de trabajo era muy práctica y sus procedimientos directos. Un día, yo con 17 años, llegué al hospital con tres forúnculos enormes en el cuello que me hacían doler mucho. Le pregunté por el doctor Harosteguy que ya me había visto unos días antes, pero en ese momento no estaba, y entonces me pregunta: ‘Qué es lo que te pasa?’, le digo que iba por el problema del cuello, que no me dejaba usar camisa... me miró y dijo ‘Ah, bueno, vení acercate..’.Ví que tomaba un elemento como un clavo grueso, que lo puso al rojo en el fuego y me lo acerca. ‘Qué es eso Zatti?’ le pregunté, asustado y me contestó: ‘Esto es el termo cauterio... apoyá la cabeza en la camilla’ y allí nomás me clavó el aparato en los tres forúnculos. Yo grité de dolor y él, con total tranquilidad, me contestó: ‘más sufrió Cristo cuando estaba en la cruz y no decía nada, Carlitos’. Me hizo volver al día siguiente para ver cómo estaba la cosa y se me curaron los tres forúnculos, todavía tengo la marca en el cuello... así lo recuerdo siempre alegre, siempre trabajando”.
Otra anécdota: “una vez entra al quirófano y deja la puerta mal cerrada. El médico le grita ‘Zatti por Dios la puerta’, él la cierra y vuelve riéndose. Entonces el médico le pregunta, enojado ‘¿y ahora por qué se ríe?’. Y Zatti contesta ‘porque al dejar la puerta abierta logré que se acordara de Dios, doctor”.
Rememoró también que “hubo una época en que los salesianos no andaban bien con el gobierno de la provincia y cada uno trataba de cascar al otro. Un preso de la comisaría se enfermó y se lo mandaron al hospital, a la noche el policía de guardia se durmió y el tipo se escapó. A la mañana siguiente Zatti fue detenido. ¿Se imaginan el espectáculo de Don Zatti paseándose por las calles de Viedma con dos policías al lado, de la comisaría al juzgado?. Pero iba siempre sonriendo y saludando a la gente. Fue la banda de música de los Exploradores de Don Bosco a tocar a la puerta de la comisaría, para pedir que lo soltaran. Estuvo dos días, dijo siempre Zatti que fue la única vez en su vida que se tomó vacaciones”.
Raúl Entraigas
¿Cómo era un día en la vida de Artémides Zatti?. Su primer biógrafo, el padre salesiano viedmense Raúl Entraigas, en su célebre libro “El pariente de todos los pobres” hace esta narración vívida e intensa.
Zatti se levantaba a las 4,30 ó 5. Lo primero que hacía era encender el fuego. (Hermoso símbolo: encender el fuego, símbolo de su amor y a Dios y al prójimo!). Después iba a la iglesia. Cuando estaba en la quinta se postraba libremente en el pavimento con la frente hasta el suelo para humillarse y rezar a su gusto. Luego, hacía la meditación en comunidad. Oía la Misa. En las postrimerías del Hospital dirigía él mismo las oraciones y cánticos. Sólo los últimos 41 días antes de su muerte dejó de ir a la meditación y a la Misa, con gran sentimiento de su espíritu.
Luego se dirigía a las salas de los enfermos. Se presentaba sonriente, generalmente rascándose la pierna derecha, y decía “¡Buenos días! ¡Vivan Jesús, José y María!...”. Y enseguida preguntaba: “¿Respiran todos?”. Los viejos se removían en el lecho y contestaban a coro: “Todos, Don Zatti”... “Deo gratias” (Gracias a Dios), decía él alegremente y comenzaba a recorrer cama por cama para ver lo que cada uno necesitaba. Y también para ver si alguno “no respiraba”. Porque se dio el caso de que algún enfermo se quedara exánime durante la noche como un pollito, sin que nadie se percatase. Entonces él, cuando se daba cuenta de que “no respiraba” se lo echaba al hombro y salía con el difunto hacia la morgue muy tranquilamente. El cadáver iba sacudiendo las extremidades superiores desgarbadamente al compás del buen samaritano.
Después iba al comedor para tomar el desayuno. Taza grande, pan ensopado en café con leche. Solía usar cuchara grande para hacer más pronto. Luego a satisfacer los pedidos de los pacientes.
Satisfechos éstos, montaba en su bicicleta y salía, siempre en cabeza, a poner inyecciones a los mil y un enfermos pobres que tenía diseminados en el pueblo. Cuando aparecieron los antibióticos se redoblaron los trabajos para Zatti. Pues era frecuente que tuviera que ir a aplicar inyecciones de penicilina, cada dos horas, en diversas casas, también durante la noche. “Rara vez durmió de noche”, me dice una de sus fieles ayudantes. Y viajaba siempre en su bicicleta o bien en camión. Pero nunca en auto.
A las 12, no se sabía cómo, pero él estaba rezando las oraciones comunitarias que preceden al almuerzo. Rezaba con fe, con los ojos cerrados, apretando los labios y las manos para concentrar la atención. Casi siempre él tocaba la campana para llamar a la gente a la mesa. Tocaba con devoción. Era la voz de Dios.
Después del almuerzo, jugaba a las bochas con los convalecientes. Jugaba con entusiasmo. Ponía su alma en ello. Como lo hacía por Dios, quería hacerlo bien. A las 14 salía de nuevo en bicicleta hasta las 16, más o menos. No dejaba nunca la merienda. Frecuentemente después de ella debía salir otra vez. Si no, corría a las salas, arreglaba las cuentas, componía desperfectos en la casa. A las 18, lectura espiritual. La dirigía él personalmente y ayudaba al sacerdote en la Bendición con el Santísimo. Esto cuando el Hospital estuvo en los aledaños de Viedma. Mientras los enfermos cenaban, él trabajaba en la farmacia. Terminada la cena de los pacientes, el buen coadjutor les daba las “buenas noches” a los enfermos y a las enfermas. Conocía el Martirologio y el Año Cristiano como pocos. Sabía la biografía de cada santo y la narraba a los pacientes. Otras veces les narraba un episodio de la vida de Don Bosco. Sus “buenas noches” eran breves y substanciosas.
Generalmente de 19 a 20 atendía la correspondencia. Con frecuencia debía dar otras “buenas noches” a las enfermeras, y entonces aprovecha para dar avisos y enseñanzas particulares. Cenaba con la comunidad a las 20. Después de cada cena recorría las salas otra vez y cuando podía y las ocupaciones le daban tregua, leía vidas de santos o libros ascéticos hasta las 22 ó 23. Con harta frecuencia lo llamaban durante la noche. Si había enfermos graves se levantaba varias veces por noche sin que lo llamaran. A cualquier llamado, se levantaba rápidamente, así hiciera unos minutos que había conseguido conciliar el sueño... Y así hasta las 4,30 ó 5 del otro día en que comenzaba de nuevo la rutina cotidiana.”

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