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10/6/12

Nuevos caceroleros ¿La oposición ideal?


“Somos fachos, queremos conspirar”, podría haber sido. O “teflón, teflón, qué grande sos”, ¿por qué no? Pero no. No, por favor, que nadie crea que estas consignas son reales. Nadie cantó esto en el cacerolazo del jueves en Plaza de Mayo. Ni los manifestantes, ni sus mucamas. Aunque las consignas no resultaron mucho menos ridículas. “Se va a acabar, la dictadura de los K”, por ejemplo. ¿Dictadura? O, peor, ¿diktadura? ¿Qué locura es esa? No, no y no. Si esto fuera una dictadura sería mucho más difícil salir a la calle.

Ah, la cacerola… No existe símbolo de lucha más pacato que la cacerola. Cada vez que una cacerola suena uno tiende a pensar que hay del otro lado, de parte del receptor del reclamo caceroleril, algún vestigio de sensatez, alguna parte (aunque sea mínima) de tendencia al beneficio de los más pobres. Como sucedió en Chile en 1973, en los reclamos contra el presidente socialista Salvador Allende.
Con Fernando de la Rúa, en 2001, la cosa fue distinta. No es que el Gobierno, Cavallo, la convertibilidad y la desocupación récord tuvieran molécula alguna de dignidad hacia los trabajadores. Pero las cacerolas sólo se hicieron oír para defender los depósitos bancarios. Tampoco se trata de demonizar esta reivindicación que dejó en la lona a buena parte de la clase media-media y hasta media-baja. Pero la cacerola fue sólo eso.
Después surgió esa consigna ridícula, una de las más ridículas de la historia argentina, de esas que quedarán en los anales de la utopía berreta de nuestra sociedad: “Piquete y cacerola, la lucha es una sola”. Sí, ja, una sola. Una sola hasta que se reactivara un poquitito la economía, hasta que viniera alguien que dijera qué iba a hacer con los depósitos bancarios.
No, la lucha de la cacerola jamás será la lucha de la inclusión, jamás será una apuesta a lo mejor del ser humano. Podríamos (y deberíamos) discutir si realmente existe lo mejor del ser humano como utopía política, si esa lucha es real, si ese horizonte no es más que un espejismo. Pero aún en el caso de que convengamos que sí, nunca, nunca, jamás, esa lucha va a tener a la cacerola como una de sus armas ni uno de sus soundtracks.
El cacerolazo del jueves no fue la excepción. Sin embargo, resultó bien distinto del de la semana anterior. Primero porque todos, hasta los que estamos en las antípodas ideológicas de estos protestones Essen nos sorprendimos cuando vimos que se juntaron 5 mil personas en Plaza de Mayo. Pongamos que fueron 4 mil: bueno, da lo mismo. Porque una cosa es bajar del departamento en Recoleta y golpear una cacerola en Santa Fe y Callao y otra muy distinta es movilizarse hasta Plaza de Mayo.
Si reivindicamos la movilización popular como una de las voces de la democracia, ante todo debemos ser respetuosos de este cacerolazo con movilización. Primero, como expresión genuina de una parte de la sociedad. Segundo, porque, como decía antes, todos creíamos que iban a ser muchos menos. Obviamente no hay que perder ni de vista (ni de visón) el carácter profundamente reaccionario de la mayoría de quienes protestaban. Ahí estaba Cecilia Pando, por ejemplo, arengando a la tropa.
El discurso cacerolero desquiciado que tanto se escuchó en Plaza de Mayo (y en Recoleta, y en Belgrano, y en otros lugares de “protesta social”) que pide “que se vaya ya la yegua montonera” parece ser el escenario ideal para el Gobierno. Porque esta gente que dice que “esto parece Cuba o Venezuela” abona la teoría ridícula que dice que este es un gobierno revolucionario o, al menos, de centro izquierda. Y alinea a aquellos que no piensan eso pero terminan por admitir que “esto es lo más a la izquierda que puede estar la Argentina”.
Por otra parte, los reclamos de los caceroleros tienen una amplificación mediática que no se corresponde en absoluta a la fuerza real de movilización, por más que nos haya sorprendido lo del jueves en Plaza de Mayo. En cuanto a la repercusión y en cuanto al tratamiento. ¿O es que alguien destacó el hecho de que, para reclamar, tuvieron que cortar calles? ¿O es que alguien ser refirió al “caos de tránsito” que produjo la protesta, como sí ocurrió al día siguiente, con el paro y movilización de la CTA?
Los caceroleros, con su alcurnia blanca, con su buena prensa, con sus  aparentes buenos modos (que no se ven empañados frente a la sociedad, a pesar del odio, a pesar de las piñas a notero, productor y cámara de Duro de Domar, a pesar de las agresiones) resultan la oposición ideal para el Gobierno. Porque, además, los caceroleros no tienen expresión política partidaria o electoral.
Eso sí, sería un desatino por parte del Gobierno pensar que porque los caceroleros son la derecha más recalcitrante, no hay en su reclamo un grado de verdad objetiva que atender. Podrá decirse que es un delirio, por ahora, comparar el corralito de 2001 con el dólar blue de 2012. Pero el cepo al dólar no es más que el sinceramiento obligatorio y despiadado de una inflación que se quiere ocultar pero que ahoga no tanto a la gente de Recoleta como a la de los barrios del Conurbano.
Entonces, cuidado: porque así como es un disparate absoluto decir que en la Argentina hay una dictadura, también sería un disparate importante pensar que todos los caceroleros son unos fachos delirantes que mienten en cada uno de sus reclamos. Por otra parte, gente que pensó de ese modo hubo siempre. Derecha ridícula, caricaturas del facho, Mickys Vainillas, eso hubo siempre. Pero no siempre pueden salir a la calle y expresarse.
Está bien, no queda claro cuáles son esos reclamos, mezclan todo de la peor manera, hay muchos destituyentes que aprovechan el revuelo para agitar fantasmas y, sobre todo, son la expresión más pura y más reaccionaria de la antipolítica. Pero si salen a la calle ahora y no en otro momento es porque hay algo que no anda nada bien.

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